jueves, 27 de septiembre de 2007

Entrevista con César Rincón

Por Juan Míguel Núñez

Agencia EFE

“Al cabo de veinticinco años cuentan más los éxitos que los contratiempos”

Madrid, 27 sep (EFE).- El torero colombiano Cesar Rincón, que dijo adiós a los ruedos europeos el pasado domingo en Barcelona con una triunfal actuación, hace balance de su carrera mostrándose feliz porque "al final los éxitos cuentan muy por encima de los contratiempos y percances".

A priori no las tenía todas consigo, pues no estaban siendo muy buenos los resultados de esta última campaña en la que además conmemora sus 25 años como matador de alternativa, pero "ahora, después de lo de Barcelona todo ha cambiado", dijo a Efe. "Estoy feliz. Cierro los ojos, y me doy cuenta de que tras un año tan difícil, puedo decir que Dios me acompañó para que el domingo pasado en Barcelona hubiera magia. Ese día yo respiraba diferente. Fue una maravilla, un sueño que nunca olvidaré", expresó.


Y aún se recrea en la descripción de lo vivido: "fue la despedida soñada, porque uno desea siempre que te recuerden gratamente. Y la gente que hubo, tan linda, tan cariñosa. Cómo me recibieron. Ahora -bromeó- ya sé lo que tengo que contar a mis nietos".


Aunque la alegría del triunfo no oculta la realidad de su carrera, que "ha sido dura, como todo en esta profesión. Porque aquí a nadie le regalan nada. Uno lo gana tarde tras tarde. Yo creo que hice cosas importantes, sobre todo desde el 91, cuando mis cuatro tardes a hombros en Las Ventas en un sólo año, hasta hoy. He hecho cosas tan bonitas. Desde luego ha habido momentos muy duros y de percances, de nostalgias y tormentos. Pero al hacer balance me apoyo en triunfos como el del otro día".


Rincón está contento con su trayectoria, que él divide en dos etapas. "Hasta el aldabonazo en Las Ventas, en el 91, ocho años de más sombras que luces", de muchos sinsabores, que, sin embargo, recuerda sin amargura: "venir a España, para vivir con lo poco o mucho que ganaba en Colombia. Torear una o dos tardes. Entonces pasaba el tiempo sobre todo entrenando en la madrileña Casa de Campo, con ilusión. Y volverme sin dinero y sin nada, para verme en las ferias de mi país con escaso cartel, prácticamente me colocaban de favor. Fueron momentos muy duros".


Pero a partir de su consagración en Las Ventas, en el 91, por fin vinieron los éxitos, y encadenados. Triunfos rotundos, sí, pero muy peleados, y con cornadas. Sin embargo, Rincón no recuerda el número de percances. "Me miro al espejo, y tengo muchas cornadas. Pero no las he contado, afortunadamente no me acuerdo. Aunque no olvido dos que han sido más puntuales: la de Sevilla, en abril del 93, un toro de Núñez del Cuvillo al que corté las dos orejas y que me hirió entrándole a matar. Y antes, en noviembre del 90, en Palmira (Colombia), un toro me partió la femoral y la safena. Fue terrible, pues quería hablar y no tenía voz, quería mover los dedos y ya no tenía fuerza para moverlos, y lo único que escuchaba por allí a alguien era 'se nos va, se nos va'. ¡Cómo lo voy a olvidar!"


Todavía "lo" de Palmira fue un doble percance, por la hepatitis que contrajo con una de las transfusiones de sangre. Pero tiró para adelante hasta que ya no pudo más, a finales del 99, y se vio obligado a dejar de torear. Tres años sin pisar un ruedo, y sin despedida anunciada. "Me tocó forzosamente retirarme, y mal, triste y abatido por la enfermedad. Sin saber cómo acabaría aquello. Me decía, ahora lo que quiero es luchar por vivir. A lo largo del tratamiento parecía que no resistiría. Fueron momentos muy duros. Hay que amar mucho la vida para seguir".


Un calvario que superó también gracias a la profesión, y a una finca que acababa de comprar, que le daba ánimo para continuar y luchar. Rincón se decía "ahora hay que vivir y disfrutar de lo que has ganado. Esa fuerza de los amigos, de mi mujer, de toda mi familia, me ayudó a venirme arriba. Fue muy importante el entorno". Una frase que repite mucho, "Dios es grande", porque "nunca me abandona. Me vino a ver en los triunfos de Sevilla, Madrid, y tantas plazas y ferias importantes. Fue maravilloso, volver a vivir y a triunfar tan espectacularmente después de aquello". Volver a torear "fue sin duda lo mejor" que le ha pasado, aunque en otra perspectiva de sus circunstancias recuerda también cuando su padre le puso un día un capote para jugar, a través del cual llegó a ser figura del toreo. "Aquel juego se convirtió en mi profesión, que desde entonces nunca he abandonado, y estoy empeñado en amarla por encima de todo. Yo creo que mi padre fue la clave, y a él estoy agradecido. Es lo más hermoso que me ha ocurrido en el toreo".


Ahora le queda América, 20 ó 25 corridas entre México y Colombia hasta el adiós definitivo, el 24 de febrero en su Bogotá natal. A ambos países viaja con una gran ilusión y un deseo máximo. "Ojalá venga todavía, que no es nada fácil, algo como lo de Barcelona".

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